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El mundo indómito de los animales
Artista: Rocío Caballero
Lugar: Nuun Galería, García Vigil #505
Fecha: 13/04/2020
Destino: Humanidad
Edificaron, a modo de corralera, enormes murallas fuera del pueblo, dejando atrapados y catalogados a todos los animales, con el afán de mantenerlos bajo control y convertirlos en recursos útiles para la sociedad.
Los humanos, por su parte, se dedicaron a sembrar una fuerte doctrina humanista, nutrida de valores como la amistad, sensibilidades artísticas y barroquismo en el trato, así como en el pensamiento.
A medida que los meses pasaban, los pobladores se reconocían con mayor dignidad y poder sobre sus manos. Se encontraban extasiados, pues habían comenzado a creer que ellos eran los últimos verdaderos humanos sobre la tierra y el éxito de su utopía era confirmación de aquello.
Desgraciadamente para ellos, una tarde calurosa, aquel auto concepto comenzó a despellejarse; un crimen de naturaleza horrorosa, había ocurrido en el corazón del pueblo. Rápidamente el cuerpo de ideólogos decretó que “Ningún criminal, podría ser considerado humano”, sellando así la condena de exilio al corral, como mecanismo de expiación para el perpetrador. La preservación de la humanidad, entonces, trascendía como única ley.
Aquella situación no hizo más que achicar el rango de lo que significaba ser humano y el supremo gobierno, buscando mantenerse en control, se encargó de hacer lo propio con los indignos. Comenzaron los destierros masivos.
“Llorar por algo tan trivial como una cebolla es muestra de la bestialicidad en tus emociones”, acusaban los hijos a sus madres. “Comer más de dos veces al día delata una patología voracista que exhibe una animalicidad latente” les respondían arrojando una chuleta a la manteca caliente.
Solo hasta que el gobernador de ese estado decidido a lanzarse “a la grande”, la peculiar situación de Cuicuitepeco trascendió como noticia de importancia. Lógicamente, buscando la solución más efectiva, decidió solidificar su carrera con el ruido pacificador de las fuerzas armadas y sus servicios de limpieza en seco.
Cuando los militares llegaron al interior de las murallas, no encontraron el indómito mundo de los animales que imaginaron de camino. Solo celdas vacías. Sospecharon entonces que los humanos lo habían consumido todo, pero tampoco pudieron encontrarlos. Aquello era un monumento a la muerte.
Lo único vivo en ese suelo, era un ente gabalino atrincherado al interior de una oficina, balbuceando barrocamente (a modo de destino manifiesto), lo orgulloso que se encontraba de ser el único humano verdadero en el perecedero mundo.
El cuarto cerdito.
(Anthar R. T. Velazquez)
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